miércoles, 8 de diciembre de 2010

Y van 23



Mucha tinta, primero material, más tarde cibernética, se ha vertido hablando sobre la belleza sobrenatural de este deporte: esforzados de la ruta, héroes del barro, valientes sobre ruedas. Si bien es cierto que en los últimos tiempos esa fama ha venido enturbiándose, algo de esa primitiva esencia, enraizada a medias entre el mito y la rugosa realidad, aún permanece. Permanece en las victorias, en las derrotas, en los esfuerzos anónimos, en las historias vitales que se entrelazan alrededor de esas sofisticadas máquinas de recreo y tortura llamadas bicicletas.

Estoy oscuro en lo que escribo últimamente. Y a decir verdad venía hoy con la intención de soltar un desgarrador discurso sobre un calvario, frases como "no estamos en Semana Santa pero hay llagas en mi piel". Aunque supongo que algo ha cambiado con el tiempo transcurrido desde la carrera del pasado lunes, y detalles archivados en el fragor de la batalla vuelven a mi mente en los instantes de reposo.

Recuerdo con especial insistencia un momento. Todo iba mal. Muy mal...

Existiendo gente que dedica su vida por completo a esto, hora tras hora, día tras día, pensamiento tras pensamiento; existiendo cincuentones que debutan con éxito en un Iron Man, existiendo el ultrafondo y el paraciclismo... ¿qué parte de heroicidad puede quedar para alguien como yo?

No sé si aportaré algo al mito, pero os puedo asegurar que bebo de él tanto como puedo, tanto como para terminar, en ciertas ocasiones, totalmente embriagado. Porque demasiadas veces terminar la carrera se convierte en la única victoria posible, y en esos momentos, en que todo va mal, muy mal, seguir es una cuestión de orgullo, de no mancillar con cobardía siglo y algo de bravura. Es una cuestión de ego. Es una cuestión de "yo".

Y ese argumento había bastado en 22 carreras de ciclocross. "Yo" había sido suficiente durante más de dos temporadas. Pero como os decía antes, todo iba mal, muy mal. Verdaderamente mal. Y aunque sólo sea por insistencia, por embriagarse demasiado del mito, la resaca había llegado, el ego estaba demasiado desgastado.

Y en el momento en que "yo" dejó de ser suficiente argumento, y todo parecía abocado al desastre...

"-Nada tío, me bajo.
-¡Coño! ¿Y eso? ¿Rompiste?
-No tío, que estoy hasta los cojones...
-¡Sí oh! ¡Ahora que te lavé la bici sigues, me cago en la puta! ¡Vas a retirarte por mis cojones!
"

Algo tan sencillo, banal e inesperado como un amigo vago resuelve el problema.

El deporte es un entrenamiento para la vida, y, como en la vida, "yo" no siempre es suficiente.