miércoles, 28 de diciembre de 2011

Nada es imposible. Segunda entrega.

Día 2: Trenes belgas 1-Traba 0

Banda sonora cronológica:



El sábado 17 de diciembre amanecía demasiado temprano (acostarse a las 2 y levantarse a las 6 es lo que tiene), aunque con las pilas cargadas, puede que por la sábana blanca sobre Bruselas, quizás porque me esperaba Essen, muy al norte, y allí una prueba del Trofeo Gazet van Antwerpen (vamos, la Voz de Asturias pero de Amberes), esta vez con sub 23 (léase Lars Van del Haar, Tijmen Eising, Wietse Bosmans, Arnaud Jouffroy…).

Pero un momento y otro, el despertar y el competir, estaban separados por un largo e incierto camino. Os hago un croquis: 10 minutos de caminata hasta la estación de metro, línea 5 hasta Arts-Loi, Línea 2 hasta Gare du Midi, tren a Amberes, tren a Essen. Y una vez allí encontrar el circuito. Largo e incierto, sí…

Y metido en algo tan largo e incierto, es difícil que no salga alguna cosa mal… Y este caso no fue una excepción.

Tras darme cuenta un rato antes de que había dejado en casa la cámara de fotos y algo ligeramente más importante como es la autorización de la RFEC para competir en el extranjero, llego a la encantadora y pintoresca estación de Amberes a eso de las 9: 35. Busco a lo largo y ancho de sus tres pisos el mostrador de venta de billetes, que encuentro a eso de las 9:40. Compro el billete, me giro para consultar el panel y… zas.

Zas, aplicando su onomatopéyica magnitud a este caso concreto, significa que el tren para Essen sale a las 9:42. Obviamente no llegué. Y el siguiente sale a las 10:42. ¿Suficiente? Para calentar seguro que no…

Pero con el espíritu enérgico y positivo que llevaba ese día, me lo tomo con filosofía y me dedico a conocer Amberes, hasta que encuentro un locutorio donde imprimir la autorización (estaba en la bandeja de entrada del mail). Empiezo a ponerme nervioso cuando al amable propietario marroquí (muchísima inmigración, se ve que algo bueno debe de tener el país para que vaya gente de fuera teniendo en cuenta que se habla ese galimatías enrevesado de nombre flamenco) se le olvida encender la impresora, pero finalmente puedo subirme al tren sin más percances.

Mi nerviosismo empieza a aumentar paulatinamente a medida que los números van cambiando en la pantalla del reloj. Las inscripciones se cierran a las 11:30.

“Aterrizo” en la estación de Essen sobre las 11:17.

Pregunto en una especie de kiosko-papelería con publicidad de GvA en la puerta por el circuito, y todo lo que aciertan a decirme es que debo cruzar el puente que tengo delante. Lo cruzo y adelanto a un padre y su hijo, en bicicleta, en mi misma dirección, y por lógica deduzco que se dirigen al circuito. Polacos ellos, el padre, que es quien sabe llegar, no me entiende, y el hijo, que es quien habla inglés, no sabe llegar. Consigo sacar en claro que tengo que seguir recto unos dos kilómetros, y empiezo a ponerme ligeramente histérico mientras pedaleo como un descosido con la mochila a la espalda.

Me desvío a la izquierda en un cruce con presencia policial, adelanto por la cuneta una fila de coches y veo por fin las taquillas del circuito, donde pregunto sin ni siquiera detenerme: “The inscriptiooooons?” “To the riiiiiight” “Thaaaaaanks” (hay que ser agradecido hasta en las situaciones más apuradas).

Son las 11:30, y estoy en el circuito, camino de la recta de meta, que es a donde se iba por la right. Dejo la bici cuando empieza a ser incómodo saltar tantas cintas, cruzo la zona vip donde están aparcadas las autocaravanas de los pros (mucho nivel, de verdad) y me encuentro enfrente del camión de meta, donde pregunto a toda la gente uniformada que me encuentro.

Unos no me entienden, otros no saben nada, hasta que un amable paisano belga, con un nivel de inglés digno de un español medio y un nivel de francés digno de un español medio, lo cual unido a mi nivel de flamenco digno de un español medio hacía ardua tarea el comunicarse; se hace cargo de mi persona.

Guiado por el paisano llego a la oficina permanente, donde no pueden ayudarme, y de nuevo nos vamos mi guía neerlandés y yo, ya fuera de tiempo, en busca de la inscripción. Llegamos a un cruce donde me insta a coger la bici y seguir un camino durante algo más de un kilómetro… En este momento yo era una mujer al borde de un ataque de nervios.

Resistiéndome a creer que fuera por ahí, deshago el camino y pregunto de nuevo cerca de las taquillas donde me habían indicado la primera vez, y esta vez me lo dejan bastante más claro que un sucinto “to the right”… Y sí, era por el camino que decía el paisano.

Con lo que a eso de las 11:45 llego a las inscripciones, que están a algo más de un kilómetro del circuito, y extremadamente poco indicadas. En todo el camino que seguí sólo vi un letrero de “inschrijven”… En el cruce que había a 20 metros de susodicho lugar.

Me presenté a los señores colegiados con un “I’ve got a story to tell you” (“Tengo una historia que contaros”), seguido de la historia de mi viaje, el tren de Amberes y todo eso. Teniendo en cuenta que ya estaban haciendo la parrilla sub 23 en esos momentos, y pese a que llamaron a los jueces que estaban en meta para ver si me podían regalar cinco minutos, la respuesta tras colgar fue un noqueante “ne”. Hay cosas que están más allá de cualquier distinción lingüística, y la negación cruenta, rotunda, contundente, es una de esas cosas.

La siguiente media hora se encuentra envuelta en la misma bruma oscura hecha un poco de olvido y un poco de resentimiento que encierra en nuestra memoria los momentos horribles, los momentos de dolor, de pérdida, de muerte. Esa bruma oscura que nos muestra a veces destellos sobrenaturalmente nítidos de detalles que parecían insignificantes, pero que por lo general evita que nuestra vida sea una pesadilla permanente.

Pero como nada hay bajo el sol que no tenga solución (Warcry dixit), respiré hondo, pasé por la oficina permanente a recoger los 50€ de dieta (y en España quieren hacernos pagar…), vi como Eising se llevaba por delante en un gran final a un laborioso Bosmans que llevaba toda la carrera en cabeza, le di un par de vueltas al circuito (¡¡chocolate!!), me duché, vi arrasar a Marianne Vos en plan bestia, me comí unas patatas fritas con extra abundante de mayonesa “mostazada” y vi una carrera élite espectacular, donde Nys rompió el cuadro cuando iba lanzado hacia la victoria pero se la llevó otro de la viaje guardia que me encanta como es Bart Wellens.

Mención aparte para el ambientazo que había, especialmente con el ídolo local Tom Meeusen, que además hacía las delicias de sus aficionados a cada paso por los tablones, superándolos en bicicleta. Más tarde, dando una vuelta por el pueblo mientras esperaba por el tren de vuelta a casa, me encontré de frente con la cafetería oficial del club de fans de Meeusen, ahí es nada.

Poco más que comentar de ese día, vuelta a casa sin problemas, incluyendo un descanso de veinte minutillos en la, como dije antes, encantadora y pintoresca estación de tren de Amberes, viendo a un grupo de soft rock tocar en directo como parte de un proyecto llamado “Music for life” (el que entienda flamenco que se informe aquí: http://www.stubru.be/musicforlife).

Miento, sí que hubo algo raro en la vuelta a casa. Ya en la zona residencial de Bruselas (Auderghem concretamente), donde todas las casas son iguales (estrechas, jardín alargado por detrás, garaje en la planta baja con unos metros de entrada, puerta de casa a la derecha del garaje…), de noche ya. Timbré, y una voz masculina me dijo por el telefonillo que no era la casa que buscaba. Ya me iba cuando llegó la señora de la casa, que yo supuse sería la casera de mis amigas. Abrió el garaje, metí la bici, me dijo, sin ningún tipo de alarma ni mal gesto, que la quitara porque si no no cogía el coche y hasta me habría dejado pasar si no le hubiera preguntado por mi objetivo. Timbré en el número que era, pero erré la calle. ¡Buena gente!

Agradable velada con mis anfitrionas, en una noche de sábado en la que brindamos con ron (yo con agua). Lo de brindar es un recurso poético. Y a dormir, que el domingo iba a ser una jornada memorable pero por lo bueno.

Fin de la segunda entrega.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Nada es imposible. Primera entrega.

Imprescindible lo siguiente como banda sonora:

Os presento una historia de trenes que se cruzan, viajeros que se cruzan y vidas que se cruzan, vertebrada sobre un sueño que se hace realidad, en un tiempo y un lugar irrepetibles. El tiempo y el lugar son Bélgica y diciembre de 2011, el sueño es el mío propio, yo soy Pablo Trabadelo y tuve la osadía de soñar con correr la Copa del Mundo de ciclocross.

Y ahora tengo la osadía de contároslo. Intentaré ser breve.

Día 1: Un reencuentro inesperado.

Damos por sabidos los trámites típicos y nos vamos directos al momento en que se forma la cola en la puerta de entrada del vuelo Santander-Charleroi (Bruselas). Pacientemente espero al final, y atisbo al principio de la cola una mirada exótica que resulta familiar. Buceo en el recuerdo y aparece, dos años atrás, un chico marroquí tirándose a una piscina en la posición de Cristo crucificado, con su escozor pectoral correspondiente. Cursillo de socorrismo, y el inimitable Brahim (si no recuerdo mal, soy ciertamente horrible para los nombres), frente a mí, espejos perfectos sus ojos incrédulos de los míos.

¿Quién iba a pensar que un hombre a quien no veía en dos años se habría casado y mudado a Bruselas, visitado España estos días y cogido el mismo vuelo que yo? Genial inicio de viaje de la mano de una persona genial.

Vuelo sin incidentes, atravesando un mar de proyectiles blancos, y al aterrizaje Centroeuropa nos recibe con la más invernal de sus sonrisas: en lenguaje castizo, una nevada del copón.

Desde ahí, una hora de bus (tardó una hora con la carretera nevada, recordad este dato para la última entrega) hasta Bruselas, estación de Gare du Midi, donde me esperaban mis tres preciosas anfitrionas, dos futuras fisioterapeutas (leonesa y ovetense, más una amiga de esta última) disfrutando de los placeres del Erasmus en la capital de Europa y, por extensión, presuntamente del mundo civilizado.

Taxi a su casa, tres pisos de estrecha escalera de caracol cargando con la bici embolsada, desembolsarla, montarla y a dormir 4 horas.

Fin de la primera entrega.

domingo, 6 de noviembre de 2011

"Soy animal de fondo"

Últimamente ando bastante metido con Juan Ramón Jiménez, y el título de la entrada no es más que el de un poema de su época más metafísica, que, casualidades de la vida, tiene entre sus muchas interpretaciones algunas que me sirven. Por ejemplo el siguiente fragmento, que resume bastante bien el significado de la entrada:

Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, jóven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.
*

Pues bien, hoy, domingo 6 de noviembre, el camino del guerrero que sigo sobre dos ruedas tuvo una nueva parada en el mismo lugar que hace ¿tres? ¿cuatro meses?, aquella vez con ruedas gordas, hoy con ruedas un poco menos gordas. Hablo del Área Recreativa de La Portilla, Llanes, donde dio inicio la challenge asturiana de ciclocross 2011.

Llegaba después de dos carreras más bien pésimas hace dos fines de semana, en Medina de Pomar y Ramales de La Victoria. Dos circuitos nuevos para mí que resultaron ser dos calvarios de baches de esos que tan poco me gustan. Un debut desesperanzador... o lógico, según como lo veas.

Yéndose a lo negativo, no anduve ni p'atrás, pese a llegar en teoría mejor que nunca al ciclocross, y con bici nueva; no tuve ni chispa ni ritmo de competición ninguno de los dos días. Bastante desmotivante... Pero por otro lado, no anduve ni más ni menos de lo que anduve históricamente en circuitos como Grado, Proaza o Corvera (mi último abandono en ciclocross, por cierto), que comparten denominador común con los citados anteriormente: trazados horriblemente botosos.

Como os decía, llegaba a la carrera de hoy con ese panorama mental, y unas ganas tremendas de ver en qué lugar estaba, ver si se confirmaban las buenas sensaciones de los últimos entrenamientos nocturnos (no penseis mal, hablo de ciclocross) o por el contrario volvían las de quince días antes.

Para empezar el clima era como tiene que ser, frío y húmedo por fin después de las asquerosamente calurosas carreras de lo que iba de temporada; y el circuito no le iba a la zaga: un trazado bastante plano, eminentemente de campa, embarrado pero no patinoso, que obligaba a patear en más de un tramo.

La concurrencia era básicamente la gente de la región, faltaba uno tan importante como Daniel Ania, en protesta por la creación de una nueva categoría de carrera en la que se cobra inscripción y no se pagan premios en metálico, pero a cambio aparecía entre los inscritos gente como el gallego Brais Chas.

Entrando en sustancia, la salida fue bastante mala, pero el resto de la primera vuelta dejó claro que las sensaciones y el ritmo eran más que buenos, pronto me coloqué en puestos alrededor de la 10ª plaza, y peleando el podio sub 23. Unos vinieron por detrás y se fueron, como Bruno Prieto o mi compañero Huesque, pude superar a otros, y tuve una lucha divertidísima con mi bestia negra Jorge Blanco, que por primera vez en la historia de nuestros duelos se decantó de mi lado.

Y al final, top 10 y tercer sub 23 (pondría una foto del podio... pero llegué tarde).

Y esas sensaciones que me hacen sentir tan bien, tan vivo, que justifican esto de autoexplotarse por el deporte... Esa sonrisa de satisfacción acompañada por un típico escenario asturiano: cielo color lejía de fondo, mosaico de nubes grises, suave orbayo, mar plomizo y pesadamente tumultuoso. Y esa maravillosa banda sonora que es el disco Californication de los Red Hot Chili Peppers. En casette. Para muestra un botón:



*Para los que no sean muy duchos en lenguaje poético, el pozo soy yo y "tú", la flor, la golondrina y todo eso son las sensaciones, la forma, la potencia que creo poseer en mis músculos.