jueves, 5 de enero de 2012

Nada es imposible. Tercera entrega.

Día 3: Larrinaga, fotógrafos, Stephen, un gofre, la Grande Place, una Leffe … y por supuesto Namur.

Banda sonora:



El domingo 18 fue un día maravilloso.

Fin de la tercera entrega.









Que no, que es broma. El domingo 18 se presentaba con una carga de incerteza mucho menor que la jornada previa. Sabiendo ya cómo iba la cosa tanto en lo relativo al transporte como a la propia carrera, y encima corriendo a las 15:00, el riesgo de complicaciones era claramente menor. Por si acaso, madrugué, y bien que me vino.

Porque como no puede ser de otra forma, algo tuvo que pasar. Estación Central de Bruselas, llega mi tren, me acerco al revisor para que me abra el vagón de bicicletas y… “Pas de vélos ici”. Traba al metro y a pillar el tren en Gare du Midi. Si alguien viaja con bicis por Bélgica, tenedlo en cuenta. Y tened en cuenta también que si intentas usar dos días un “one-day-bicycle-pass”, es bastante probable que te pillen y tengas que pagar 17€ en vez de los 8 que te cuesta comprándolo en la estación.

Pero como había madrugado, no hubo problema y llegué a Namur 17€ más pobre, pero con tiempo y tiempo por delante. Una vez allí, a preguntar por la Ciudadela y para arriba. De la estación al circuito unos cuatro kilómetros, los dos últimos por esa preciosa subida donde termina cada otoño el GP de Valonia, ganado este año por el coco Philippe Gilbert.

La carrera en la que estaba inscrito, queridos lectores, era, y lo pongo en mayúsculas porque realmente lo merece, la quinta puntuable para la COPA DEL MUNDO DE CICLOCROSS 2011-2012. ¿Se me queda grande? Por supuesto. ¿Estaba preparado para completar al menos media carrera? Por supuesto que no. Pero allí estaba. Pasamos a modo presente de indicativo para darle más frenesí.

Como Copa del Mundo que es, las cosas se hacen bien, y el día anterior estaba programada la recogida de dorsales. Pero como recordareis de la entrega 2, el día anterior yo estaba en Essen, muy al norte, cuando Namur está bastante al sur de Bruselas, y más aún de Essen. ¿Cómo se resuelve un problema como este? ¿Cómo se convierte el norte en sur? ¿Llamamos a Ben el de Perdidos? No, se habla con un tricampeón del mundo.

A alguno le sonará Erwin Vervecken. Longevo y larguirucho, tuvo la suerte de entonar su canto de cisne justo cuando un yo impresionable y sediento de ciclocross estaba al otro lado de la pantalla, concretamente en el épico Campeonato del Mundo celebrado en enero de 2007 en Hooglede-Gits, lo cual lo convierte automáticamente en mítico entre los míticos en mi vademécum particular de ídolos. Retirado hace un par de temporadas, se encarga (supongo que entre otras cosas) de actuar como interlocutor entre los corredores y la organización en las pruebas organizadas por Fidea Classics (cinco carreras en territorio belga con los mejores especialistas).

Y así es cómo yo encontré su dirección de correo electrónico y él terminó ofreciéndose a confirmar mi inscripción. Una buena forma de empezar el viaje.

Volvemos al presente pasado que os estaba contando. Llego al circuito, me paso por inscripciones (aquí sí que están bien indicadas), me mandan tras algunas discusiones sin sentido al camión de meta y allí recojo mi dorsal (48). Por el camino, empiezo a obnubilarme un poco mientras veo a los sub 23 exhaustos y llenos de barro que van terminando su carrera, donde por fin Arnaud Jouffroy vuelve a carburar al nivel que se le presupone y exige.

Por el camino también había saludado a Javier Ruiz de Larrinaga. Tricampeón de España de ciclocross de manera consecutiva las tres últimas temporadas, ahí es nada. Y como lo único que llevo encima es mi mochila, pues me tomo su furgoneta-carpa como base de operaciones prestada.

Tras la carrera de sub 23, entrenamientos oficiales para los élites. Me cambio y a ver el circuito y gozar como nunca. Barro, frío, cuestas impracticables para arriba y cuestas prácticamente impracticables para abajo. Y según iban pasando los metros, en mi mente aparecían dos palabras en letras de fuego: PUTA LOCURA. Simplemente lo más bestia que he hecho nunca encima de una bicicleta.

Por no mencionar el hecho de que voy viendo el circuito, oigo un ruido por detrás y ¡zas!, me adelanta Franzoi (con la misma ropa que Altur, vaya nivel se gasta el levantino), y detrás el pelotón de franceses con Mourey y Chainel a la cabeza (cruzando espectacularmente como si no hubiera barro…), y un poco más allá Niels Albert, Zdenek Stybar... Y un poco después Sven Nys. Aquí ya no puedo estar flipando más, así que intento seguir infructuosamente lo que para él es un ritmo de paseo y reconocimiento.

Mención aparte también para un tramo concreto del circuito, una recta en media ladera picando ligeramente para abajo, con una cantidad de barro ingente y unas 15 rodadas diferentes, además de un reguero de agua a la mitad que lo complica aún más. La mayor dificultad técnica a la que me he enfrentado en toda mi vida. Curiosa la estampa cuando me paro al final, después de superarla montado (despacito, pero montado al fin y al cabo), al lado de Larri, Nys y algún otro elemento más, y veo cómo Wasleben navega como un loco entre el barro para casi comerse a su compañero Simunek, cómo pasan Albert y Vantornout entre las chanzas (en flamenco, por supuesto) del Kanibaal van Baal, dejando entrever un buen rollo entre ellos que es santo y seña de la modalidad.

Y lo mejor, cómo todo un pro como Rob Peeters sale volando donde yo pasé despacito, pero montado. No tiene mayor importancia, pero en mi fuero interno me estaba riendo, no lo pude evitar.

Termina la hora de entrenamientos oficiales (tras dar tres vueltas y haber disfrutado como un enano), y salen las féminas. Nieva. Marianne Vos domina como el día anterior. Me habría gustado verlo, pero, recuerdo, nieva. Nieva, hace frío, y yo no tengo ropa para cambiarme mientras espero esas casi dos horas hasta la salida. Mis botas están empapadas y llenas de barro, el culotte y maillot largos, así como los guantes, más de lo mismo.

¿Cómo resolver este problema? ¿Cómo sortear la hipotermia en una situación como esta? Pues si antes tiro de un tricampeón del mundo, esta vez me enclaustro en la furgoneta del tricampeón de España, me quito la ropa mojada y me pongo por encima los vaqueros y la cazadora, me quito el casco y me pongo el gorro. Me quito las botas y me pongo… una toalla. (Ye lo que hay, que dirían por mi tierra). La calefacción no funciona, pero aunque sólo sea por el efecto placebo que tiene el ruido del motor encendido, voy sobreviviendo mientras tanto Javi como los demás competidores se suben al rodillo y calientan como es debido.

A eso de las 14:30 salgo, me cambio con calma, me pongo los dorsales, cojo la bici y para la salida. Sin haber avanzado siquiera 10 metros, me para un fotógrafo y me pide que me quite las gafas para sacarme una foto. Sólo con la emoción casi se me quita el frío. Hasta que vuelvo a arrancar y noto hasta mi tuétano estremecerse. Aprieto los dientes, murmuro cosas de religión (recurso poético), y voy esquivando a gente que me mira con cara rara.

Llego a la salida, saludo a Murgoitio, les deseo suerte a él y a Larri y voy viendo cómo llaman a todo el mundo. El momento se acerca. Como es lógico, me llaman el último. En ese momento otro fotógrafo me pide que me quite las gafas para retratarme. Mientras los demás competidores van quitándose la ropa, yo apunto mi e-mail en un papel y se lo doy.

Sin más, salida. Salen rápido. Muy rápido. A toda hostia. Cuesta arriba, por pavés mojado, gravilla, barro. A plato. Me lo tomo con calma esperando al tapón que se iba a formar arriba. Un par de curvas después adelanto a uno que está en el suelo. Hasta ahí puede vérseme un poco en la retransmisión de Sporza (aquí al completo en Youtube: http://youtu.be/_UyY3AR9hOc).

Y a partir de ahí no recuerdo más detalles. Fue todo como un capítulo de Verano Azul en la onírica pantalla de mi mente, la musiquilla de fondo y mi cuerpo recorriendo automáticamente las trazadas, anegado de endorfina y adrenalina hasta los rincones más remotos. Fue ser a la vez forma y esencia, potencia y acto. Director, espectador y actor protagonista. Fue experimentarlo y a la vez ver cómo lo experimentaba. Fue, en resumen, vivir un sueño.

Tras completar dos vueltas, a mediados de la tercera noto jolgorio tras de mí, y decido no estorbar. Me bajo justo antes del tramo técnico del que os hablé, y disfruto del espectáculo quizás más cerca de lo que lo vaya a hacer en mucho tiempo.

Después ducha (donde pese a haber sido, creo, el primero en ser doblado, no soy el primero en llegar), y tomamos el camino de vuelta, despidiéndome de esa grandísima persona que es Javier Ruiz de Larrinaga, así como de sus auxiliares.

Y aquí entra otra de esas historias paralelas, protagonizada por un británico o estadounidense (todavía no me ha quedado claro) llamado Stephen. Comienza el día anterior en la estación de trenes de Essen, muy al norte. Un chico con su bicicleta se acerca y me pregunta en inglés si es el tren a Bruselas, y a qué hora sale. Me voy a dar una vuelta por el pueblo y ya en el tren me lo vuelvo a encontrar, hablamos un poco, le resumo mi historia, me anima y quedamos en saludarnos si nos vemos al día siguiente en Namur.

Y al día siguiente en Namur, la primera en la frente. ¿Quién está aparcado dos coches delante de Larrinaga? Stephen. Y me lo cruzo nada más llegar. Y cuando ya me voy, lo vuelvo a ver y me acerco a despedirme, se ofrece a intentar llevarme a Bruselas, pese a que el coche no sea suyo. Declino la invitación, puesto que ya he comprado los billetes, pero termino bajando de la Ciudadela con sus guantes, cojonudos por cierto. Y todavía pendientes de devolución, pero está en proceso.

Llego a la estación de tren, y en la media hora que falta hasta que salga me dedico a comerme una pizza cuadrada en un restaurante dentro de la propia estación. Y, ensimismado en plena comida, se me acerca un hombre con una cámara de fotos preguntando en francés si la bici que estaba allí aparcada era mía. Termino anotándole mi dirección de e-mail.

Viaje de vuelta placentero, llego a Auderghem y mis amigas no aparecen por ningún lado, las llamo y quedamos en la estación de De Brouckère. Aparco la bici en el jardín trasero de la casa, dejo la mochila y para allá. Y atentos ahora porque lo que viene es probablemente lo más morboso, gracioso y susceptible de bromas de gusto dudoso de tooooooooooda la crónica.

Me subo al metro. El vagón está vacío, desierto, ni un alma. Arranca, y de repente aparece de otro vagón un hombre de unos treinta años, delgado y bien afeitado, ropa casual. Se sienta casi enfrente a mí. Entrecruza las piernas mientras me mira fijamente. Me habla. En flamenco, cómo no. Miro para él, interrogante, y como no insiste me encojo de hombros y vuelvo a mis asuntos. A la tercera vez que se repite la maniobra, siempre en flamenco, cómo no, le digo “Sorry, I don’t understand you” (“Lo siento, no te entiendo”), ante lo que parece desistir.

El metro sigue avanzando, mi cuerpo está cansado tras la carrera y el viaje, y decido ponerme a estirar. Craso error. En cuanto elevo mis brazos, por pura tracción, se eleva también la ropa, dejando al descubierto una irresistible cintura de deportista veinteañero que fue demasiado para mi compañero de vagón. Me llama. Le miro. Y aún me resisto a creer a mis ojos cuando me muestran al hombre señalando mi susodicha cintura, asintiendo con descaro, relamiéndose despacio mientras me mira fijamente con lascivia.

Mi respuesta, lamentándome por dentro de mi inclinación sexual, fue un resoplido de incredulidad seguido de un “vaya plan” en perfecto castellano. Por suerte, en la siguiente parada el vagón se llenó de gente, terminando así con tan incómoda situación.

Pero no terminó así el día, pues tras encontrarme en el lugar acordado con mis anfitrionas, tocó ruta turística por el centro, concretamente la celebérrima y mágica Grande Place, seguida de la ingesta de un no menos célebre gofre belga con chocolate, nata, fresa y plátano. Mucho de cada cosa.

Para terminar con un día histórico, tenía una cuenta pendiente conmigo mismo desde que comenzara a planear el viaje a una de las Mecas del ciclismo mundial. Y quedó saldada en una situación difícilmente mejorable: en un garito perdido en el centro de Bruselas, tras haber competido en una prueba de la copa del Mundo de Ciclocross, rodeado de tres muchachas geniales, con mi camiseta de Pillabikes (¡cuña publicitaria!), en medio de un concierto de punk… Me tomé mi primera cerveza. De hecho, la primera gota de alcohol que mi hígado tuvo que filtrar. Y fue una Leffe, cerveza ciclista por excelencia (esto va para los foreros de Parlamento Ciclista, ellos ya me entienden).

Sin más, vuelta al hogar y a dormir, agotado tras un día que jamás olvidaré.

Fin de la tercera entrega.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Nada es imposible. Segunda entrega.

Día 2: Trenes belgas 1-Traba 0

Banda sonora cronológica:



El sábado 17 de diciembre amanecía demasiado temprano (acostarse a las 2 y levantarse a las 6 es lo que tiene), aunque con las pilas cargadas, puede que por la sábana blanca sobre Bruselas, quizás porque me esperaba Essen, muy al norte, y allí una prueba del Trofeo Gazet van Antwerpen (vamos, la Voz de Asturias pero de Amberes), esta vez con sub 23 (léase Lars Van del Haar, Tijmen Eising, Wietse Bosmans, Arnaud Jouffroy…).

Pero un momento y otro, el despertar y el competir, estaban separados por un largo e incierto camino. Os hago un croquis: 10 minutos de caminata hasta la estación de metro, línea 5 hasta Arts-Loi, Línea 2 hasta Gare du Midi, tren a Amberes, tren a Essen. Y una vez allí encontrar el circuito. Largo e incierto, sí…

Y metido en algo tan largo e incierto, es difícil que no salga alguna cosa mal… Y este caso no fue una excepción.

Tras darme cuenta un rato antes de que había dejado en casa la cámara de fotos y algo ligeramente más importante como es la autorización de la RFEC para competir en el extranjero, llego a la encantadora y pintoresca estación de Amberes a eso de las 9: 35. Busco a lo largo y ancho de sus tres pisos el mostrador de venta de billetes, que encuentro a eso de las 9:40. Compro el billete, me giro para consultar el panel y… zas.

Zas, aplicando su onomatopéyica magnitud a este caso concreto, significa que el tren para Essen sale a las 9:42. Obviamente no llegué. Y el siguiente sale a las 10:42. ¿Suficiente? Para calentar seguro que no…

Pero con el espíritu enérgico y positivo que llevaba ese día, me lo tomo con filosofía y me dedico a conocer Amberes, hasta que encuentro un locutorio donde imprimir la autorización (estaba en la bandeja de entrada del mail). Empiezo a ponerme nervioso cuando al amable propietario marroquí (muchísima inmigración, se ve que algo bueno debe de tener el país para que vaya gente de fuera teniendo en cuenta que se habla ese galimatías enrevesado de nombre flamenco) se le olvida encender la impresora, pero finalmente puedo subirme al tren sin más percances.

Mi nerviosismo empieza a aumentar paulatinamente a medida que los números van cambiando en la pantalla del reloj. Las inscripciones se cierran a las 11:30.

“Aterrizo” en la estación de Essen sobre las 11:17.

Pregunto en una especie de kiosko-papelería con publicidad de GvA en la puerta por el circuito, y todo lo que aciertan a decirme es que debo cruzar el puente que tengo delante. Lo cruzo y adelanto a un padre y su hijo, en bicicleta, en mi misma dirección, y por lógica deduzco que se dirigen al circuito. Polacos ellos, el padre, que es quien sabe llegar, no me entiende, y el hijo, que es quien habla inglés, no sabe llegar. Consigo sacar en claro que tengo que seguir recto unos dos kilómetros, y empiezo a ponerme ligeramente histérico mientras pedaleo como un descosido con la mochila a la espalda.

Me desvío a la izquierda en un cruce con presencia policial, adelanto por la cuneta una fila de coches y veo por fin las taquillas del circuito, donde pregunto sin ni siquiera detenerme: “The inscriptiooooons?” “To the riiiiiight” “Thaaaaaanks” (hay que ser agradecido hasta en las situaciones más apuradas).

Son las 11:30, y estoy en el circuito, camino de la recta de meta, que es a donde se iba por la right. Dejo la bici cuando empieza a ser incómodo saltar tantas cintas, cruzo la zona vip donde están aparcadas las autocaravanas de los pros (mucho nivel, de verdad) y me encuentro enfrente del camión de meta, donde pregunto a toda la gente uniformada que me encuentro.

Unos no me entienden, otros no saben nada, hasta que un amable paisano belga, con un nivel de inglés digno de un español medio y un nivel de francés digno de un español medio, lo cual unido a mi nivel de flamenco digno de un español medio hacía ardua tarea el comunicarse; se hace cargo de mi persona.

Guiado por el paisano llego a la oficina permanente, donde no pueden ayudarme, y de nuevo nos vamos mi guía neerlandés y yo, ya fuera de tiempo, en busca de la inscripción. Llegamos a un cruce donde me insta a coger la bici y seguir un camino durante algo más de un kilómetro… En este momento yo era una mujer al borde de un ataque de nervios.

Resistiéndome a creer que fuera por ahí, deshago el camino y pregunto de nuevo cerca de las taquillas donde me habían indicado la primera vez, y esta vez me lo dejan bastante más claro que un sucinto “to the right”… Y sí, era por el camino que decía el paisano.

Con lo que a eso de las 11:45 llego a las inscripciones, que están a algo más de un kilómetro del circuito, y extremadamente poco indicadas. En todo el camino que seguí sólo vi un letrero de “inschrijven”… En el cruce que había a 20 metros de susodicho lugar.

Me presenté a los señores colegiados con un “I’ve got a story to tell you” (“Tengo una historia que contaros”), seguido de la historia de mi viaje, el tren de Amberes y todo eso. Teniendo en cuenta que ya estaban haciendo la parrilla sub 23 en esos momentos, y pese a que llamaron a los jueces que estaban en meta para ver si me podían regalar cinco minutos, la respuesta tras colgar fue un noqueante “ne”. Hay cosas que están más allá de cualquier distinción lingüística, y la negación cruenta, rotunda, contundente, es una de esas cosas.

La siguiente media hora se encuentra envuelta en la misma bruma oscura hecha un poco de olvido y un poco de resentimiento que encierra en nuestra memoria los momentos horribles, los momentos de dolor, de pérdida, de muerte. Esa bruma oscura que nos muestra a veces destellos sobrenaturalmente nítidos de detalles que parecían insignificantes, pero que por lo general evita que nuestra vida sea una pesadilla permanente.

Pero como nada hay bajo el sol que no tenga solución (Warcry dixit), respiré hondo, pasé por la oficina permanente a recoger los 50€ de dieta (y en España quieren hacernos pagar…), vi como Eising se llevaba por delante en un gran final a un laborioso Bosmans que llevaba toda la carrera en cabeza, le di un par de vueltas al circuito (¡¡chocolate!!), me duché, vi arrasar a Marianne Vos en plan bestia, me comí unas patatas fritas con extra abundante de mayonesa “mostazada” y vi una carrera élite espectacular, donde Nys rompió el cuadro cuando iba lanzado hacia la victoria pero se la llevó otro de la viaje guardia que me encanta como es Bart Wellens.

Mención aparte para el ambientazo que había, especialmente con el ídolo local Tom Meeusen, que además hacía las delicias de sus aficionados a cada paso por los tablones, superándolos en bicicleta. Más tarde, dando una vuelta por el pueblo mientras esperaba por el tren de vuelta a casa, me encontré de frente con la cafetería oficial del club de fans de Meeusen, ahí es nada.

Poco más que comentar de ese día, vuelta a casa sin problemas, incluyendo un descanso de veinte minutillos en la, como dije antes, encantadora y pintoresca estación de tren de Amberes, viendo a un grupo de soft rock tocar en directo como parte de un proyecto llamado “Music for life” (el que entienda flamenco que se informe aquí: http://www.stubru.be/musicforlife).

Miento, sí que hubo algo raro en la vuelta a casa. Ya en la zona residencial de Bruselas (Auderghem concretamente), donde todas las casas son iguales (estrechas, jardín alargado por detrás, garaje en la planta baja con unos metros de entrada, puerta de casa a la derecha del garaje…), de noche ya. Timbré, y una voz masculina me dijo por el telefonillo que no era la casa que buscaba. Ya me iba cuando llegó la señora de la casa, que yo supuse sería la casera de mis amigas. Abrió el garaje, metí la bici, me dijo, sin ningún tipo de alarma ni mal gesto, que la quitara porque si no no cogía el coche y hasta me habría dejado pasar si no le hubiera preguntado por mi objetivo. Timbré en el número que era, pero erré la calle. ¡Buena gente!

Agradable velada con mis anfitrionas, en una noche de sábado en la que brindamos con ron (yo con agua). Lo de brindar es un recurso poético. Y a dormir, que el domingo iba a ser una jornada memorable pero por lo bueno.

Fin de la segunda entrega.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Nada es imposible. Primera entrega.

Imprescindible lo siguiente como banda sonora:

Os presento una historia de trenes que se cruzan, viajeros que se cruzan y vidas que se cruzan, vertebrada sobre un sueño que se hace realidad, en un tiempo y un lugar irrepetibles. El tiempo y el lugar son Bélgica y diciembre de 2011, el sueño es el mío propio, yo soy Pablo Trabadelo y tuve la osadía de soñar con correr la Copa del Mundo de ciclocross.

Y ahora tengo la osadía de contároslo. Intentaré ser breve.

Día 1: Un reencuentro inesperado.

Damos por sabidos los trámites típicos y nos vamos directos al momento en que se forma la cola en la puerta de entrada del vuelo Santander-Charleroi (Bruselas). Pacientemente espero al final, y atisbo al principio de la cola una mirada exótica que resulta familiar. Buceo en el recuerdo y aparece, dos años atrás, un chico marroquí tirándose a una piscina en la posición de Cristo crucificado, con su escozor pectoral correspondiente. Cursillo de socorrismo, y el inimitable Brahim (si no recuerdo mal, soy ciertamente horrible para los nombres), frente a mí, espejos perfectos sus ojos incrédulos de los míos.

¿Quién iba a pensar que un hombre a quien no veía en dos años se habría casado y mudado a Bruselas, visitado España estos días y cogido el mismo vuelo que yo? Genial inicio de viaje de la mano de una persona genial.

Vuelo sin incidentes, atravesando un mar de proyectiles blancos, y al aterrizaje Centroeuropa nos recibe con la más invernal de sus sonrisas: en lenguaje castizo, una nevada del copón.

Desde ahí, una hora de bus (tardó una hora con la carretera nevada, recordad este dato para la última entrega) hasta Bruselas, estación de Gare du Midi, donde me esperaban mis tres preciosas anfitrionas, dos futuras fisioterapeutas (leonesa y ovetense, más una amiga de esta última) disfrutando de los placeres del Erasmus en la capital de Europa y, por extensión, presuntamente del mundo civilizado.

Taxi a su casa, tres pisos de estrecha escalera de caracol cargando con la bici embolsada, desembolsarla, montarla y a dormir 4 horas.

Fin de la primera entrega.

domingo, 6 de noviembre de 2011

"Soy animal de fondo"

Últimamente ando bastante metido con Juan Ramón Jiménez, y el título de la entrada no es más que el de un poema de su época más metafísica, que, casualidades de la vida, tiene entre sus muchas interpretaciones algunas que me sirven. Por ejemplo el siguiente fragmento, que resume bastante bien el significado de la entrada:

Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, jóven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.
*

Pues bien, hoy, domingo 6 de noviembre, el camino del guerrero que sigo sobre dos ruedas tuvo una nueva parada en el mismo lugar que hace ¿tres? ¿cuatro meses?, aquella vez con ruedas gordas, hoy con ruedas un poco menos gordas. Hablo del Área Recreativa de La Portilla, Llanes, donde dio inicio la challenge asturiana de ciclocross 2011.

Llegaba después de dos carreras más bien pésimas hace dos fines de semana, en Medina de Pomar y Ramales de La Victoria. Dos circuitos nuevos para mí que resultaron ser dos calvarios de baches de esos que tan poco me gustan. Un debut desesperanzador... o lógico, según como lo veas.

Yéndose a lo negativo, no anduve ni p'atrás, pese a llegar en teoría mejor que nunca al ciclocross, y con bici nueva; no tuve ni chispa ni ritmo de competición ninguno de los dos días. Bastante desmotivante... Pero por otro lado, no anduve ni más ni menos de lo que anduve históricamente en circuitos como Grado, Proaza o Corvera (mi último abandono en ciclocross, por cierto), que comparten denominador común con los citados anteriormente: trazados horriblemente botosos.

Como os decía, llegaba a la carrera de hoy con ese panorama mental, y unas ganas tremendas de ver en qué lugar estaba, ver si se confirmaban las buenas sensaciones de los últimos entrenamientos nocturnos (no penseis mal, hablo de ciclocross) o por el contrario volvían las de quince días antes.

Para empezar el clima era como tiene que ser, frío y húmedo por fin después de las asquerosamente calurosas carreras de lo que iba de temporada; y el circuito no le iba a la zaga: un trazado bastante plano, eminentemente de campa, embarrado pero no patinoso, que obligaba a patear en más de un tramo.

La concurrencia era básicamente la gente de la región, faltaba uno tan importante como Daniel Ania, en protesta por la creación de una nueva categoría de carrera en la que se cobra inscripción y no se pagan premios en metálico, pero a cambio aparecía entre los inscritos gente como el gallego Brais Chas.

Entrando en sustancia, la salida fue bastante mala, pero el resto de la primera vuelta dejó claro que las sensaciones y el ritmo eran más que buenos, pronto me coloqué en puestos alrededor de la 10ª plaza, y peleando el podio sub 23. Unos vinieron por detrás y se fueron, como Bruno Prieto o mi compañero Huesque, pude superar a otros, y tuve una lucha divertidísima con mi bestia negra Jorge Blanco, que por primera vez en la historia de nuestros duelos se decantó de mi lado.

Y al final, top 10 y tercer sub 23 (pondría una foto del podio... pero llegué tarde).

Y esas sensaciones que me hacen sentir tan bien, tan vivo, que justifican esto de autoexplotarse por el deporte... Esa sonrisa de satisfacción acompañada por un típico escenario asturiano: cielo color lejía de fondo, mosaico de nubes grises, suave orbayo, mar plomizo y pesadamente tumultuoso. Y esa maravillosa banda sonora que es el disco Californication de los Red Hot Chili Peppers. En casette. Para muestra un botón:



*Para los que no sean muy duchos en lenguaje poético, el pozo soy yo y "tú", la flor, la golondrina y todo eso son las sensaciones, la forma, la potencia que creo poseer en mis músculos.